Ana Cea
A través de la sección Cortos infinitos, intentaremos que el lector pueda adentrarse en el mundo del cortometraje, invitándole a reflexionar sobre su importancia como producto artístico-cinematográfico en nuestra cultura.
Cuando hablamos de cine, tanto expertos como una buena parte del público piensa en obras en forma de largo, dejando al margen las películas de menor duración, a pesar de conocer que este arte nace como cortometraje (La sortie de lúsine Lumière à Lyon, La salida de la fábrica Lumière en Lyon, Auguste y Louis Lumière, 1895), aunque este hecho se debiera al estado arcaico de la técnica cinematográfica. Y sabiendo también que el film breve es la piedra angular del cine y en virtud de ello muchas de las trayectorias de cineastas relevantes se han forjado en el mundo del corto, -recordemos la canónica filmografía de Luis Buñuel a partir de El perro andaluz (1929, germen de las vanguardias de los años veinte, concretamente el surrealismo)-, sigue sin estar valorado como se merece. En este sentido y con el objeto de poner en relieve el sector de cortometraje, es preciso tener en cuenta que hay autores/as que tras llegar al largometraje han regresado al corto, alternando ambos modos de representación. Dado que nos vamos a centrar en la actividad cortometrajística en España, citamos a directores/as que se mueven en esta doble practica largo-corto: Javier Fesser, Gracia Querejeta, Juanjo Giménez, Kepa Sojo, Borja Cobeaga, Daniel Sánchez Arévalo, Eduardo Chapero-Jackson, Carla Simón, Lluís Quílez, Rodrigo Sorogoyen, entre otros/as.
Atendiendo a todo esto, continuamos considerando que el cortometraje es el gran olvidado del cine (carece de atención en medios e instituciones, recibe un trato residual y/o marginal, incluso anónimo para el gran público), quizás por hallarse fuera de la industria o tener la suya propia con cierto carácter independiente. Con el fin de mantener la esperanza hacia estas apreciadas y valiosas obras e intentando eliminar la etiqueta que parece tener asignada: -pieza menor-, apuntamos en favor de su defensa que más bien se trata de un tipo de film conformado con una gran libertad creativa asociada a muchos de los contenidos sociales que se tratan en él, con una mayor posibilidad para la experimentación (perfecta escuela de cine), con un elevado potencial comunicativo, narrativo-expresivo, estético…, Sin embargo, las cintas cortas, siguen resultando desconocidas o bien están destinadas a un espectador muy concreto (asistente a Festivales cuyo protagonista sea el corto o a secciones especializadas dentro de Certámenes más amplios y centrados en el largometraje), probablemente, como decimos, al encontrase apartadas de los circuitos comerciales [salas de cine, cadenas televisivas, salvo excepciones: la 2 de TVE a través del Concurso Iberoamericano de Cortometrajes o del pretérito programa Somos cortos (Francesc
M. López, 2010-2013), la privada Movistar Plus, canales de suscripción, etc.)]. No obstante y de manera contradictoria, actualmente existe un acceso libre del cortometraje en la Red, (YouTube, Vimeo, Dailymotion) que ha contribuido a aumentar su visibilidad, pese a ello, el espectador necesita estar familiarizado con el producto. El consumo cultural se genera cuando suscita un interés y para ello es imprescindible conocer la obra, algo que no termina de darse con el cortometraje, habría que acercar el film breve al público. El espectador se pierde una buena parte de la cinematografía.
Por otra parte, la significación de las obras en corto es tal que su producción, en este momento, ha crecido de manera exponencial, debido a diversos factores: democratización de la actividad cinematográfica con la llegada del sistema digital; esfuerzo económico inferior respecto a los proyectos de largometraje, en consonancia, eso sí, de una precariedad ilimitada que hace que el autor intervenga, generalmente, en todo el proceso (guion, dirección, producción…). Otro dato que revela la trascendencia de las películas breves es el interés por parte de plataformas de cine, un ejemplo es Filmin que ha dedicado un espacio en su programación, albergando casi 300 títulos, principalmente españoles: Suc de síndria (Irene Moray, 2019); Después también (Carla Simón, 2019); Matria (Álvaro Gago, 2017); Cerdita (Carlota Pereda, 2018); La inútil (Belén Funes, 2017); Silencio por favor (Carlos Villafaina, 2017); La última virgen (Bàrbara Farré, 2017); El atraco (Alfonso Díaz, 2017); Timecode (Juanjo Giménez, 2016); Safari (Gerardo Herrero, 2014); Los Cárpatos (Daniel Remón, 2014), etc. Asimismo, es preciso incidir también en el origen de numerosos festivales de cine extendiéndose por toda la geografía del país, así como la consolidación de los ya existentes.
Para tejer el argumento que venimos planteando acerca de la calidad de las creaciones breves de ficción cinematográficas exponemos una reflexión que permite evidenciarlo: el cortometraje se ha posicionado como una de las disciplinas culturales más importantes en España (numerosas selecciones y galardones en el circuito de festivales del territorio nacional, Premios Goya…), a ello se suma el reconocimiento internacional. Su éxito fuera de nuestras fronteras dota al formato corto de gran entidad. Diversas son las muestras que lo constatan: el Gran Premio del Jurado en el Sundance Film Festival 2018, una de las citas más insignes del cine independiente americano a Matria (Álvaro Gago, 2017); la Palma de Oro en el 60 Festival de Cannes (2016) al mejor cortometraje por Timecode, Juanjo Giménez, su director y Luis Buñuel (obtuvo el galardón de la 14 edición en 1961 por Viridiana) han sido los únicos realizadores, hasta el momento en conseguir este reconocimiento; el Récords Guinness a la película más premiada de la historia para Porque hay cosas que nunca se olvidan (Lucas Figueroa, 2008); la asignación de la Academia Europea de Cine del Premio al Mejor Cortometraje Europeo en la 64 Mostra de Venecia (2007) al film Alumbramiento (Eduardo Chapero-Jackson, 2007); las nominaciones a los Oscar de las obras: Esposados (Juan Carlos Fresnadillo, 1996); 7:35 de la mañana (Nacho Vigalondo, 2004); Éramos pocos (Borja Cobeaga, 2006); Binta y la gran idea (Javier Fesser, 2007); La dama y la muerte (Javier Recio, 2009); Aquel no era yo (Esteban Crespo, 2013); Timecode (Juanjo Giménez, 2016) y recientemente Madre (Rodrigo Sorogoyen, 2019). En síntesis, es posible afirmar que los logros del cortometraje español han sido y, seguirán siendo hitos en la historia de nuestro cine.
Los datos e ideas que se han plasmado a lo largo de estas líneas nos conducen a una interpretación: el pequeño formato no es invisible. Y todo confluye en un pensamiento, el film breve es uno de los mayores fenómenos artísticos contemporáneos, dotado de un enorme poder comunicativo, acorde a los acontecimientos sociales y testigo de los mismos. Así, deseamos una larga vida a al cine en corto.