En cine seguramente le recordaréis por la película de terror, XP3D (2011). Recientemente podéis haberle visto en la comedia Ligones (2017), y en televisión en el thriller malagueño, Malaka (2019), interpretando a Francisco Zurita. Y próximamente podréis verle en la serie finlandesa, con co producción española, Paratiisi. Si algunos de los que nos leéis, sois residentes en Madrid, en alguna ocasión os habréis cruzado con él en el metro, sorprendiendo a los viajeros, cantando y tocando la guitarra. Respetuoso, honesto y auténtico, así podríamos definir a Óscar Sinela, quien diera vida a Quino en Física o Química, y podéis comprobarlo en esta entrevista que cordialmente nos ha concedido.
¿Cuándo dirías que fue el momento que captó tu interés por la actuación? ¿O siempre ha sido una faceta vocacional?
Me dijeron una vez: “Tú deberías plantearte ser actor.” Y me regalaron dos años de clases de interpretación. Las acepté encantado y recibí mis primeras clases desde los 16 a los 18. Los inviernos estudiaba y los veranos trabajaba en Palma de Mallorca para poder pagar mis estudios y mi techo y mi comida en Madrid. Ya con 18 vine a Madrid y decidí seguir formándome. ¡Había encontrado el… qué quieres ser de mayor! Empecé a dar los primeros pasos que todo ser humano ha de dar para coger fuerza en las piernas y poder así hacer una carrera. Y afortunadamente para mi deseo, tuve la gran suerte de poder trabajar como actor y crecer en el oficio.
Empezaste muy joven, con 16 años, ¿Tu familia siempre apoyó el que optaras por formarte como actor?
He tenido suerte con mi padre y mi madre, otra gran suerte, siempre me han dicho que haga lo que haga, lo que ellos quieren de mí, es que yo sea feliz. Otros miembros de mi familia no daban ni un duro por mí y cuando empecé a ser conocido por mi trabajo, los primeros en hacerse fotos conmigo fueron ellos. He vivido un poco de todo en mi familia. Me quedo con mi mamá y mi papá, que, aunque nunca me han podido ayudar económicamente desde que llegué a Madrid, siempre han estado ahí, emocionalmente hablando.
Me crié en el barrio de las 3000 viviendas de Sevilla y en la casa de mis abuelos, a escasos metros de la playa del fortín, en Chipiona, Cádiz. Mi padre es Gitano. Mi madre no. soy mestizo como aquel que dice. Antes, no me atrevía ni a decirlo… Una vez me dijeron que el verdadero pobre es aquel que no es capaz de amar. Será un consuelo de pobre, pero el amor que mis padres me han dado es el que me ha mantenido vivo tantos años en Madrid. Por amor y con amor, siempre me han tratado de cuidar a base de invitaciones, nunca desde la obligación, y siempre han respetado las decisiones que he tomado. Vivan mi mamá y mi pápa.
¿Cómo se sentía aquel Óscar Sinela de 18 años el día antes de partir a Madrid a instruirse en interpretación?
Emocionado, feliz, deseoso, ilusionado. Todo lo que puede caber en un cuerpo de dieciocho años…
(Risas)
Qué buena pregunta. Tenía el pelo largo, me llegaba a la espalda. Era Tarzán, venía de mi propia jungla a la gran ciudad. Sentía que Madrid era enorme, como si fuera el espacio…infinito. Sentía que era mi propia Nueva york, mi tierra de las oportunidades. Un lugar nuevo y desconocido… Un nuevo hogar. El principio de mi vida. Así lo sentí.
¿Habías estado antes en la capital?
Con diecisiete años vine a oler Madrid, tres días escasos, lo suficiente para recorrer la ciudad y visitar todas las agencias de representación que pude apuntar en mi lista. Cogí un plano de metro y me hice un mapa donde apunté los nombres de las agencias más reconocidas de la época. Luego regresé a Mallorca y me puse a trabajar en un hotel haciendo bocadillos para los turistas en una cámara frigorífica donde esperé a cumplir los dieciocho como se espera el agua de mayo. El día que cumplí los dieciocho, vinieron mis compañeros de repostería mientras yo hacía los bocadillos y entraron en la cámara con una tarta de cumpleaños. Soplé las velas uno y ocho… Recuerdo que pedí poder ser feliz en Madrid. Terminé mi mes de trabajo y salí corriendo al aeropuerto.
Iniciaste tu formación en Replika Teatro, bajo la tutela de Jaroslaw Bielski, ¿por qué decidiste aquel espacio de formación? ¿te atraía el método de las acciones físicas de Grotowski?
Yo no tenía ni puñetera idea de dónde entraba, yo solo quería aprender y el estudio de Juan Carlos Corazza y Cristina Rota eran muy caros para mí. Me recomendaron Réplika Teatro, y estudiar allí fue lo mejor que me pudo pasar. Encajaba perfecto con lo que había estado haciendo desde los 16 a los 18, así que genial. Los polacos me enseñaron a tener disciplina, hoy por hoy la tengo gracias a ellos y Grotowski es mi novio desde entonces. Le he puesto los cuernos con Stanislavski varias veces y alguna vez con Mijaíl Chejov, pero no le importa.
¿Algún texto u obra de este período de instrucción que te impactó hasta la fecha? Tanto por su lectura, como por haber trabajado el texto.
Mi primer texto. El famoso monólogo del usurero Shylock, el judío de “El mercader de Venecia”. Recuerdo que Zywila Pietrzak, mi tutora, esa maravillosa polaca, en lugar de decirme que yo no podía hacerlo, que era demasiado joven e inexperto como para enfrentarme a un texto de esa magnitud, simplemente me hizo recitar cantando, como si fuera un cantante de ópera. Cuando terminé, me dijo: “Ahora sí, cambia de texto.”
¿Cómo hace Óscar Sinela en sus primeros años en Madrid para conseguir sobrevivir mientras continúa preparándose como actor?
Los primeros años no fueron problema, pagaba mis estudios con lo que había ahorrado en Mallorca. Y logré trabajar como camarero, como la mayoría de mis compañeros y compañeras, y pagar así mi techo y mi comida. Pronto pude empezar a trabajar como actor y compaginar mis estudios y mi carrera. Hice mi primera película, un musical infantil, un par de series, una gira teatral. Los primeros años fueron prósperos. El problema vino años después. La crisis económica pegó muy fuerte y todo fue en picado. Yo venía de estudiar inglés en Londres. El paro en mi sector había ascendido al 92% en toda España, una cifra que prácticamente se ha mantenido.
¿Qué te atraía más? ¿El teatro o el audiovisual?
El audiovisual, siempre me atrajo más. Cuando hice mi primera película sentía felicidad cada día, me fui una semana antes para preparar el personaje, cuando comenzó el primer día de rodaje yo ya llevaba una semana en La Pedriza, donde se rodó.
(Risas)
Esto nunca lo he contado, pero así fue. Yo con mi pijama y mi Cola Cao recibí a todo el mundo. Se crean familias. Por lo menos el tiempo que dura el rodaje, un equipo es una familia, el ambiente que se genera haciendo cine siempre me ha resultado familiar. No hay otra palabra que lo pueda definir mejor.Todo lo que se genera en un set de rodaje, el trabajo de preparación, lo ensayos, las pruebas. Y lo mejor… el momento en el que después del silencio se para la realidad, y el director dice acción y comienza la ficción… He vivido cosas increíbles haciendo cine. Pero el teatro ha estado siempre, desde el principio en mi formación y en mis primeros pasos. En las clases de Replika Teatro, en la Casa de Vacas del retiro haciendo de Romeo, bailando y cantando en el veterano Eugenia de Montijo… el teatro ha sido mi habitación y mi cuna. En él me he formado y he crecido, y he logrado gracias a él vivenciar momentos mágicos e inolvidables.
¿Siempre intentaste compaginar la interpretación por tu pasión por la música?
¡Qué va! La música siempre ha sido para mí… como la chica guapa del instituto, era para otros, no para mí. ¿Cómo va a querer la música a un chico como yo? Siempre me ha dado mucho respeto. Solo cantaba en el baño y con mis amistades algunas veces. Pero al morir mi abuela por parte de Madre, algo se encendió en mi interior. Mi abuela cantaba coplas, fandangos, seguidillas y alegrías. Cuando se me fue el 15 de mayo de 2018 cogí mi guitarra y me fui a cantar al metro con la única canción que sabía. Yo estaba superando una depresión y salí de ella cantando. No tenía nada de dinero y durante estos dos últimos años, hasta principios de éste 2020. Gracias a la música y la hospitalidad de la gente de Madrid, no me ha faltado de comer.
Tu primer trabajo profesional fue con la miniserie El Castigo (2008), ¿qué es lo que más aprendiste trabajando con Daniel Calparsoro?
Pues con Daniel aprendí a contener. Yo sólo había hecho teatro y Daniel todos los días se ponía delante de mí a medio metro de distancia y me repetía: “Óscar. Contén. Recuerda… Contén.” Me enseñó a contener, a hacer pequeñas las acciones, los gestos, las reacciones. Me mostró la grandeza de lo sutil. Siempre le estaré agradecido.
¿Cómo te sentó el cambio de registro al pasar a grabar en Aída? ¿supuso un salto muy apreciable? Venías de algo muy intenso.
Pues gracias a Inés León llevé una propuesta con la que me sentía muy cómodo, ella me ayudó a preparar el personaje de Íñigo. Gracias a ella llegué a Aída. Y recuerdo, que el primer día de grabación, al principio me sentí desubicado, sentía que iba todo muy rápido, los tiempos entre plano y plano al ser televisión y por supuesto al ser comedia cambiaron mucho en comparación. Pero Luis San Narciso y Tonucha Vidal me transmitieron mucha calma al llegar. YAna Polvorosa y Eduardo Casanova fueron más que amables conmigo y me hicieron sentir muy cómodo el tiempo que pasé allí.
Hemos llegado al punto de la entrevista en la que te pregunto por la etapa del Óscar Sinela de Física o Química.
¿Cómo lidiaste a finales de la primera década del 2000 con todo aquello? No fui un gran seguidor de la serie, sí que la seguí de manera puntual a veces, desde la cuarta temporada, y reconozco que me enganché algo en las últimas temporadas. Tu personaje era de los que más simpatía me despertaba junto con el de Fer (Javier Calvo), El éxito, la fama, ser parte de una de las ficciones líderes y más populares del momento, ¿te llevaste alguna desilusión?
Pues… Aquel Óscar Sinela de Física o Química, lo llevó lo mejor que pudo. A todo el mundo que se me acercaba le ofrecía una sonrisa y le firmaba un autógrafo si me lo pedían. Yo he sido un chico que necesitaba mucho cariño y si alguien me pedía atención o un gesto amable pues se lo daba, al igual que yo esperaba recibirlo. Fue una etapa preciosa y también amarga. Llegué para la tercera y cuarta temporada de Física o Química. Estaba nervioso la verdad, mis compañeros eran demasiado jóvenes la mayoría. Fue como volver al instituto de alguna forma y creo que conecté con mi parte más insegura. Siempre he sido un miedica, algunos compañeros me trataron muy bien y me recibieron con mucho cariño, pero otros me lo hicieron más difícil. Se corrió un falso rumor. Recuerdo que se me acusó de que yo quería acostarme con todas las chicas al llegar.
Eso me afectó, siempre me había importado mucho las cosas que dijeran los demás sobre mí. Eso provocó que yo me cerrara completamente y no hablara claramente con nadie. En mi defensa enmudecí y tan solo me comunicaba profesional y superficialmente. Con quienes sí pude entablar y con quienes conservo aún hoy día amistad fue con Andrés Cheung y sobre todo con Irene Sánchez. Con el tiempo, las personas que fueron injustas conmigo me pidieron disculpas. Años después hice una película en la que pude compartir algo más con Úrsula Corberó y caminando juntos por el barrio de gracia de Barcelona ella me confesó sorprendida que se sentía a gusto al hablar conmigo. Ahí pude comprobar que yo en Física o Química también fui demasiado joven.
Aquí tengo que hacer un breve parón en la entrevista, porque en 2010 se lanza a la venta «El chico sin identidad», de un tal Óscar Sinela. Publicada por la editorial Temas de Hoy, y cuyas ilustraciones también son tuyas. ¿Qué te impulsó en ese momento de tu vida a lanzarte a escribir?
“El chico sin identidad” fue lo que sentía que se repetía, no solo en mí, sino en mi entorno. Lo que uno es capaz de hacer o hacerse por miedo o por amor. Todos buscamos un lugar, un grupo en el que encajar, una amistad… y a veces por ser aceptados nos disfrazamos de lo que no somos para conseguirla. Fue una catarsis, una anagnórisis personal. Un espejo también en el que se reflejan las historias que sucedían y se repetían a mi alrededor. Durante años, cuando era un niño, me expresé mediante el lápiz y el papel. Creo que escribiendo y dibujando “El chico sin identidad” pude encontrar un lugar donde vomitar. Un canal donde nunca mejor dicho, pude canalizar y lo hice.
Retomando el repaso de tu carrera actoral. No hemos hablado de tu trabajo en teatro, ¿cuál es la obra que más has disfrutado? ¿Escenas de Shakespeare? ¿El loco y la monja? ¿El Zorro, la tortuga y la liebre? ¿Zona Catastrófica? o ¿Todo es Mentira?
En todas he disfrutado, pero ya que tengo que elegir, voy a remarcar “Zona Catastrófica”. Fue justo después de FoQ y mi primera obra con un papel protagonista en teatro. Estuvimos algunos meses, hicimos gira por España, viajar haciendo teatro marcó mi corazón y mi memoria. La historia es brutal, es de Ignacio del Moral, guionista de Los lunes al sol (2002).
Recientemente me comentaste que también has estado potenciando una faceta artística antes no explorada, con una obra artística muy particular y con mucho mensaje. Y también, que habías escrito una carta, que he tenido el placer de leer, todo un alegato humanista de unión y que llama a una concordia entre todos nosotros. Querría que compartieras con nosotros el contenido de la misma.
Sí, la obra es una escultura homenaje a las víctimas de violencia de género. Su nombre es Margarita #margaritamadera. Fue creada para el cortometraje “Bedspread” de Ángel Villaverde. Con respecto a la carta, es la forma en la que he logrado canalizar como artista la situación actual. Y es el mensaje y la fuerza de la carta lo que me gustaría compartir Muchas gracias por compartirla.
Entrevista a Óscar Sinela: Álvaro Panadero