El térmno «Slasher» es el cajón desastre donde se apilan todas las cintas de descuartizadores de adolescentes, si concretamos más podríamos decir que es un subgénero del cine de terror algo ambiguo, los films catalogados como «slasher» presentan ciertas pautas que se repiten.
La fórmula magistral de este tipo de películas es alguien que busca venganza y la encuentra asesinando a todos aquellos a los que culpa de su tragedia o desdicha, según avanza el metraje se convertirá en lo que se conoce como un asesino en serie, pero con ciertos matices, por ejemplo su material de trabajo suelen ser armas blancas (no olvidemos que la traducción de «slash» es cuchillada), metal afilado, punzante, brillante, que no hacen otra cosa que agilizar la muerte de sus perseguidos, sin mucha recreación ni ritual a la hora de blandir el frío acero, sólo una nota por encima de las demás, los decibelios a tope para que el espectador salte de la butaca.
Otros elementos que aparecen son el prototipo de víctima, suelen ser «teens» americanos que practican el sexo en alguna secuencia, toman drogas, o todo a la vez; y la ambientación es un cliché más de este subgénero, los protagonistas se trasladan a lugares aislados, campamentos abandonados, pueblos deshabitados, casas rurales, urbanizaciones de la periferia, sus propias pesadillas…
Dicho así es como si en esta categoría no tuviera cabida la originalidad, en esta línea debemos advertir que hay guionistas y directores que se toman ciertas licencias a la hora de rodar, además que un film «slasher», como cualquier obra perteneciente a una corriente o etiqueta determinada, debe mantener la esencia que la define, pero no todos sus elementos.
El origen de esta práctica cinematográfica data de la década de los sesenta, la primera película que se considera de género «slasher» es «Psicosis» (1960) de Alfred Hitchcock, en su mismo año de estreno también se uniría «Peeping Tom» (1960) de Michael Powell y la tríada la completaría «Blood Feast» de Herschell Gordon Lewis.
En las décadas de los setenta y ochenta vivió su edad de oro, el público devoraba las películas «slasher» en las salas de cine, así se iniciaron sagas que llegan hasta nuestros días como «Halloween» (1979) de John Carpenter, «Pesadilla en Elm Street» (1984) de Wes Carven o «Viernes 13» (1980) de Sean S. Cunningham. Se puso de moda la versión de psicópata inverosímil, se presentaba como un zombie con el don de la ubicuidad y la inmortalidad.
Pero toda sobreexplotación desgasta los recursos, tanto es así que el género «slasher» pasó a un segundo plano y a sólo editar cintas destinadas únicamente para ese lugar que suena hoy tan anacrónico: el videoclub. Se ganó un lugar fijo en las estanterías y desde entonces se consideró un subgénero menor.
Pero a mediados de los 90, la década del reciclaje, Wes Craven retomó el género estrenando «Scream» (1996), fue un éxito al que le seguirían varias secuelas, tal y como nos tenían acostumbrados los directores «slasher» de antaño. Captó la atención de la nueva generación de adolescentes, que son casi el 90% de los consumidores de este cine, y aunque muchos creen que tuvimos que esperar al estreno de «Scary Movie» para ver la parodia de la franquicia de Craven, en realidad «Scream» era una introspección en sí misma, analizada todos aquellos clichés que mencionábamos al principio y se reía de ellos.
También seríamos testigos de viejas historias de campamento como «Sé lo que hicisteis el último verano» (1997) y de la archiconocida frase «…una amiga de una amiga me contó que…» en «Leyenda Urbana» (1998). Y con el nuevo milenio la oleada de remasterizaciones, remakes, precuelas, secuelas, 3D, una franquicia versus otra, reboots y un largo etcétera de cítricos a exprimir.
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